viernes, 3 de diciembre de 2010

Diciembre


¿Por qué de repente mi vieja música vuelve a sonar a nuevo?

Otra vez me pone los pelos de punta. Evoca todo ese drama que rodeó su muerte.
Porque es diciembre y mi cuerpo lo siente.

Siente que hace ya diez años. Diez años de aquella yo melancólica sentada al lado de la ventana del aula de COU de letras, viviendo en aquella dimensión paralela, que yo suponía era mejor.
Siendo esa yo me siento sola y alimento mi ensoñación porque hay algo, un mundo más allá que me llena, y con eso es suficiente. Canciones que suenan una y otra vez, algunas son tan trágicas... Se las robo a estúpidos conjuntos de orquesta, las encuentro en los casetes que mi padre lleva en el coche. Las escucho un lunes por la mañana antes de irme a clase, mientras amanece al otro lado de la fría ventana. Una dos y tres veces, apurando los minutos porque si no lo hago la vida se me escapa y lo que me espera ahí fuera a lo largo del día será imposible de sobrellevar.
I want to break free.
Suena a drama y me produce ganas de vivir. De sentir. Mientras espero por la vida, mi agenda y mi carpeta se llenan de fotos, de letras.

- Por qué te gusta tanto?- me pregunta Eugenia - me he dado cuenta de lo que te pasa- dice sin hablar.
- Porque tiene algo que no puedo explicar- contesto- y lo explico todo sin decir nada.

Siguen sonando las canciones trágicas, porque él está muerto. Sueño con él, en su ataúd. Me mira con sus ojos de muerto y yo quiero que viva. Una y otra vez lo traigo a la vida en las canciones que escucho, en los videos que veo sin parar. Es diciembre y él ocupa todo mi tiempo y mi espacio. ¿Acaso algo más importa?
Quizás debiera, porque mamá y la tía me miran desde la puerta del salón con cara preocupada. Miran a mi yo envuelta en una manta, con mi vida soñada con mis videos de gente muerta. Ellas me animan para que salga, me ponga guapa para fin de año. Me ven sola, pero a mi no me importa ¿o si? Sé que debo dejarlo, que la vida está esperando fuera. Tal vez sea solo que me puede el miedo: al fracaso, al rechazo, a la infelicidad.
El día uno decido dejarlo. La vida de nuevo llama a mi puerta y sería una tontería darle de lado. El chico es lo que de mi se espera, porque tengo diecisiete años, es la época de las promesas, de todo lo que está por venir. De llenar el mundo de sonrisas que aun recuerdo, de lágrimas que en cuanto puedo olvido. De perder amores, de ganar amigos. Y enemigos. Acaba diciembre y diez años empiezan. Se han ido volando.

Entonces sin más, un día de Baiona al Rosal la señal de radio se desintegra y busco en el coche esa vieja cinta de papá, que ahora es mía y está ya rayada. Mis canciones que cantan a la vida, que cantan a la muerte. Recuerdo que una vez tuve diecisiete años y mi cabeza se llena de palabras. Mi cuerpo de sensaciones, mi corazón de recuerdos. Freddie vuelve, diciendo que no me ha dejado, que no lo hará nunca.

Porque es Diciembre.
Mi cuerpo, lo siente.
Yo también.

Quién quiere vivir para siempre...