miércoles, 18 de noviembre de 2009

De aviones y cosas.

El sonido de los aviones me sorprendió mientras realizaba las tareas de la mañana. Con ese ruido era imposible concentrarse en el trabajo, así que aparté los libros y me fui directamente a la ventana. Fumar era mi remedio contra el estrés en los días de mucho trabajo, como aquel. Y fumar, se fuma en la ventana, así no quedan humos delatadores en casa. Tras el ritual de fabricación del cigarrillo de liar, un saltito y listo, acomodada en la ventana. Fumo tímidamente, algún vecino podría verme. Aunque bueno, no pasa nada, que ya soy mayor. Aunque entre el humo, de repente soy otra vez una niña, y estoy en la ventana del salón o mejor todavía, estoy fuera en el jardín. Y es un día de aviones. Hay un incendio en un lugar del Valle y los aviones pasan una y otra vez formando círculos alrededor del tejado de mi casa mientras van y vienen camino del mar. Me asusto y entro en casa aterrorizada. Y no quiero volver a salir de casa, nunca. Nunca, le digo a mi madre. Pero entonces, llega un día de verano y fuera se desata una fuerte tormenta. Y pienso que se nos cae la casa encima, y salgo corriendo. Y no quiero volver a entrar en casa. Nunca, le digo a mi madre. Ella se preocupa. ¿Ni dentro ni fuera? Mal asunto. Mi abuela me lleva a una meiga. Pero no pasa nada. Y si pasa no lo recuerdo, ya hace muchos años que entro y salgo. Incluso subo en aviones a pesar de que me aterran, y no me escondo debajo de la cama cuando hay tormenta. Ahora es veinte años después y el ruido sigue, ese mismo ruido de siempre, de entonces. ¿O no sigue? El ruido ha parado. ¿Y los aviones? No están. No los escucho, no los veo. Pero espera. Uno, solo uno. Mira ese avión que vuela tan bajo, eso no puede ser normal. Y no es un avión de incendios, es un avión de pasajeros. Pero vuela bajo, demasiado bajo. Entro en el cuarto y me quedo asomada en la ventana. Lo observo acercarse al mar. Ruego para que caiga al mar, o en otro lugar lejos de mi casa. Pienso en mi familia y espero que se encuentren en otros lugares lejos de la playa. Porque ahí es donde creo que va a caer el avión. Me siento mala persona porque deseo con todas mis fuerzas que el avión caiga lejos, en otra casa que no sea la mía. Porque vuela ya tan bajo que no va a llegar al mar. Y entonces cae. Se me hiela la sangre, pero ya está. Se estrelló y no fue aquí. Siento alivio. El alivio de repente se transforma en horror. El avión rebota. ¿Es eso posible? No sé, pero viene hacia mi casa ahora. No puedo moverme, no puedo hacer nada. Y cae, pero no en casa, cae en el jardín trasero. Corriendo me asomo a la otra ventana. Y veo un amasijo de hierros, pero no veo nada más. De repente se me viene a la cabeza que ahí debe haber gente. Y veo. Cosas que no quiero ver. Salgo corriendo y mis padres están en el piso de abajo. ¿Veis lo que acaba de pasar? Yo voy, de uno al otro, nerviosa, presa del pánico. Ellos están tranquilos, como si nada. Mi padre me mira como si fuese una histérica y mi madre me dice: “No sé porque te dan tanto miedo los aviones. Tienes más probabilidades de que te pase algo en un accidente de coche que en un avión”. Y no me lo creo, ¿a estos dos que les pasa? Increíble. Me siento sola, desvalida. Y voy a llorar. Me despierto llorando sin lágrimas. Pero qué alivio. Es hoy, es de día. Me dormí entre apuntes ayer, por lo que parece, la cama está llena de libros. Fuera siguen pasando los aviones, debe haber un incendio en algún lugar del valle. Me levanto todavía con el mal cuerpo encima. Bajo a ver si encuentro a mis padres. Mi madre está fuera viendo pasar los aviones. Le cuento que he tenido otro de mis sueños de aviones que se estrellan. Ella me mira, sacude la cabeza: “No sé porque te dan tanto miedo los aviones. Tienes más probabilidades de que te pase algo en un accidente de coche que en un avión”.

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